Y vienes bajando muy cerca de la oscuridad de tus cristales tristes, tratas de arrasar con las hadas, presas silenciosas de las lenguas entintadas en lágrimas, en rostros desvanecidos por la densa esfera de los títeres.
Tanta opacidad regada en las mentes, en los lineamientos absurdos, en tí. En tu forma de arrastrarte hacia el Gran Templo, a pesar de que nunca lo podrás entender, jamás sabrás de que sueño surges.
Una pequeña muerte, un leve secuestro de almas, un intento por escarbar en las deterioradas melodías de aquellas existencias vanas (jamás comprendieron su estadía en el Jardín). Y de repente, regresa aquel misterio olvidado, regresa para llevarse pedazos de abismo que no pudo guardar en sus anteriores viajes, antiguos infiernos; antes escondían ánimas solitarias, planetas arrumbados en su miedo, ahora no son solo más que partículas entregando sus tronos. Aún así, todavía se puede salvar algún fragmento del extenso proceso, de la profunda muerte en el silencio de los bosques, de las olas alíadas a tus manos, al miedo arrinconado en tu sonrisa.
Ahora es momento para cambiar de envoltura, tal vez deberías retornar a tu forma de pez, o quizás a la de viento atrapado en un caracol. De todas formas tendrás que alejarte de tu cuerpo, (de tu bella silueta) de tu estúpida memoria. Allá de nada te servirá.
Dime que no tratarás de trascender, no quieras retar al demonio del olvido, no quisiera ver como te calcinas en tus propios jugos, en tu repugnancia, ignorancia hacia los sagrados orificios cósmicos.
Rituales de exquisita muerte, recordando las siguientes vidas, recogiendo las maquinarias arrumbadas, las flores pardas, las alas de viejos mares. Y tú, lamiendote la burda existencia.
